Fuera luce un sol tibio. Aún el aire llega hasta mi con escalofrío, la primavera con sus brotes ha abierto de colores el patio mustio del invierno, una pequeña y diminuta tristeza quiere colarse en las hebras de mi corazón pero lo sacudo con golpes de esperanza, mañana será mejor. El ánimo quiere abrirse hueco y me gusta hacerlo pasar. ¡Qué frágil mantenerse arriba de las olas, navegar en un enclenque barco abarrotado de ilusiones y sueños por un temible mar donde rompen tormentas!
Suena sin parar esa música que me vuelve loca, por más que abro puertas y ventanas, ella sabe llegarme y me debasta. Trato de no oirla y no hay tapones para acallar su murmullo, ¿no la oyes?. Al final la dejo ahí, arrinconada, tal vez se canse y me abandone, mientras tanto sigo adelante en la desesperación de quien se sabe acorralado pero no se rinde; hay otras músicas, seguro, sigo buscando.
No puedo pensar, mejor no quiero, vamos a sentir, pero duele. Un millón de aguijones se hincan en la piel y me inflaman, soy una enorme bola de sentimientos, no sé si podré resistir tantos ataques, ¿o sí?, pero perderé tamaño y me quedaré pequeña, un punto apenas visible en este universo. Pequeña e ínfima intentando el control del pestañeo que va solo, mientras cierro los ojos y fuera giran las estrellas.
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