lunes, 26 de julio de 2021

Tronchada por un rayo

El techo se me presenta inmenso desde la cama. Al poner los pies en el suelo, un desgarrador tormento me rompe la cintura en dos, tal que un rayo. Reprimo un aullido de dolor que se convierte en una cortina negra delante de mis ojos. Aprieto los párpados en un conjuro fallido por hacerlo desaparecer pero ahí se queda quebrando la espalda y la voluntad de andar siquiera unos pasos. Respiro con un miedo atroz a despertar a la bestia, pero sigue conmigo, estoy en sus zarpas y solo me queda apretar los dientes y caminar desmadejada,medio rota y torcida hacia el baño. Mi centro vertebral forma una ese ridícula, es una borrachera ósea que me obliga a dar unos pasos insegura hacia adelante. El castillo de naipes se desmorona, no eres nadie y sin embargo te opones a esta dictadura del cuerpo que ocupas y que tanto cuidas. Tomo analgésicos fuertes, me enrosco una faja de piedras calientes y decido seguir. Arriesgo y pienso en continuar con mi pequeña vida, mis propósitos y responsibilidades nímios e insignificantes,este grano de arena en el desierto del mundo en el que habito.Parece que cede, llevo horas con los ojos nublados y una serenidad extraña en el alma. Puedo moverme con más soltura, sin grandes giros ni movimientos ágiles, claro, pero noto más lejos la garra de la fiera. Hace mucho calor, el sol de julio cae a plomo sobre la cabeza de los pocos caminantes que recorren la ciudad. Yo, cauta, bendigo las manos de un amigo que con su magia de terapeuta experto da un poco de paz a mis huesos tronchados. Hace sol y estirada delicadamente en mi hamaca pienso en que mañana tal vez, solo tal vez, mi cuerpo volverá con elegancia a cubrir caminos y veredas sin miedo a la tormenta. .