miércoles, 19 de octubre de 2011

LA SIESTA

Atrapa este dolor el cuello entero, agiganta su fuerza en mi maltrecho brazo, recorre agazapado todo mi cuerpo, me deja así en un grito su universo perverso. Siento y borracha de vida me dejo calentar algo de alma al sol; es tibio y deslumbra esta mañana tierna de otoño, mientras merodean palomas y gorriones en el patio. Clavado como una estaca sé que está aquí, pero lo aireo y le quito ese protagonismo egoísta que busca para someterme sin pausa a su martirio. A veces vence, otras pierde consistencia y se desvanece o arrincona esperando su oportunidad; persevera.
Miguel dice que es dolor emocional que se cuela en los rincones más inverosímiles de la osamenta, tocando músculos, glándulas, dolor físico que amasa el alma. Tengo una cordillera de ese mal, con miles de picos apuntando a centros neurálgicos de mi desvencijado cuerpo de mujer. ¡Qué carga más inmensa!
Vuelve el sol a traspasar mi piel con su mensaje amable. Mano delicada y hermosa, este calorcillo que me sube por el pecho, que respiro y huelo,; esta temperatura que deja su marca roja en mi cara, en mis manos, ¡qué placer tan intenso!. El dolor se atempera, parece domado y dormido en mi hombro derecho. Un octubre extraño, sin olor a castañas ni a boniatos; es el frío que no viene, mejor, lo quiero lejos.
Domingo, siesta y dolor, elegancia en el paso acompasado de unos palomos que esperan esas migas que no llegan. Quietud tras los cristales, los viejos duermen en sus hamacas; sueños inquietos, hay temor en su temblor de ancianos, miedo a no despertar. Es muy humano.

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