lunes, 8 de febrero de 2021

MONOTONÍA DENTRO DEL MONOTEMA

El gesto se repite cada vez que asalto la calle para ir a trabajar, me coloco una mascarilla ajustada con gomas detrás de las orejas que al final del día duelen con el roce y no dejan de recordarme la tortura diaria a la que docilmente nos sometemos.Se tropiezan los días unos con otros sin demasiadas variables, lo que siempre está presente es un runrún que intento espantar como a una mosca cojonera del verano sin demasiado éxito. Es el miedo al contagio, al propio y al ajeno. Se respira en toda conversación, en cualquier encuentro que tira hacia atrás las manos que no tocan, los brazos que no abrazan. Han renacido las miradas complices y la risa sonora, hay que potenciar la calidez porque el frío de esta fiebre vírica amenaza con desmontar el mundo que conozco.Las paredes repletas de cuadros de mi casa dan paisaje a muchas horas de recogimiento forzado, fuera en el jardín las flores de invierno ponen color y en un intento de momento vano de conseguir trinos, he colgado en el olivo una pequeña caseta con alpiste para que los pájaros vuelvan y me despierten las mañanas de domingo. El hospital duele, tiene una gran boca a lo Munch que grita sin voz, hay mucho sufrimiento detrás de las ajustadas gafas, de las batas, de los guantes, de los gorros y en las camas que se ven muy lejos suspendidas en una soledad forzada y triste. Cuerpos con el alma cansada de tantos meses de esfuerzo, de turnos dobles, de incertidumbre, ya no hay aplausos, ni golpecitos en la espalda, solo una realidad cruda y un agotamiento físico y mental que se comparte entre enfermos y cuidadores. Fuera, enajenados, siguen los insolidarios vanalizando el desastre.