martes, 24 de noviembre de 2020

A vista de pájaro


 Hay que reconocer que este otoño es diferente a todos mis otoños. Un elemento inesperado que daña las orejas y es abono para granos de acné olvidados en la memoria lejana de la juventud,  se ha instalado en mi cara la mayor parte del día. Una mascarilla, como segunda piel para evitar el bicho insano que fantasmal recorre el mundo,  cuelga del espejo de la entrada a casa. A veces me parece adivinar vida en su interior por el modo de contonearse cuando abro la puerta y luego recuerdo el aire, invisible, que me acompaña y que atrapo en mis suspiros antes de soltarme en este ruedo al que no quiero unirme.

Nada hay tan lejos de mi esencia que el vacío de un abrazo no dado. Quizás lastimosamente se ha creado un cementerio donde se hacinan por cientos, por miles, por millones los arrumacos, caricias, afectos y roces perdidos en el ataque a traición de este ser infame. Me duele adentro, recibir amigos sin la calidez que mi corazón demanda. Me duele. Me duele ese pensamiento contumaz que se precipita antes de cada acción que lleva un gesto de acercamiento: ¿hay peligro?. Me duele la duda, la sombra de duda que hace criminal a ojos del mundo, a veces a mis propios ojos, el contacto, actual culpable del contagio. 

El colibrí iridiscente sobrevuela mis pensamientos y alumbra algo sus sombras. Un pájaro diminuto con el pico largo que juega con las flores imaginarias, brotadas de la desesperación para romper el gris que acapara los mundos, mi mundo. En sus alas coloco mi corazón para acercarme al sol y ahuyentar con la tibieza de sus rayos mi miedo.

lunes, 4 de mayo de 2020

Virus

En la tranquilidad de una tarde con sonido de gotas cayendo a mis espaldas, en un jardín brotado de flores que se abren a la primavera incipiente, tengo la inquietud saltando en mi pecho.
 Una plaga acecha fuera, está por todas partes pero al igual que el viento, no se ve, ni siquiera tiene voz pero golpea el pecho con la fuerza de un huracán aniquilando pulmones y destrozando vidas a su paso.
Es un virus, pequeño, su tamaño en micras ni lo se, pero su forma redonda con múltiples palos de golf a su alrededor a dado la vuelta al mundo. Es el protagonista absoluto desde hace meses, todo gira en torno a su centro, la estrella  de nuestro universo que pensábamos infinito, indestructible, inmortal?!.
 Un montón de valores se dispersan del hatillo que atesoro entre las manos, se resbalan y caen hechos añicos a mis pies. Los proyectos, aquellas ilusiones marcadas en el calendario en rojo, ese viaje, esa entrada al teatro, la cena bajo la luna que preparaba como una sorpresa rompedora de rutinas. Todo digerido, fagocitado, caput. Aventuro que pasará, como pasan los cirros y las tormentas por lo alto del cielo delante de mis ojos, este infierno pasará.
Mientras sacamos jugo al presente como nunca, estrujamos la realidad y los segundos parecen horas,  quiero cerciorarme que en la intimidad de este encierro obligado van abriéndose paso nuevas metas, o que nos ponemos a sacar brillo a aquellas otras olvidadas, tal vez perdidas en la vorágine de nuestra historia reciente. Si he de decir la verdad, todo lo que está pasando, la vuelta del revés y la sacudida épica por la que transitamos me hace sentir aún más pequeña de lo que ya me he sentido nunca.
En casa las emociones vienen y van, como olas, se agitan,  crean y desvanecen la espuma, ascienden raudas a los labios para salir atropelladas , serenas, en forma de palabras o silencios. Ahí, en los silencios, vuelven los ojos con su lenguaje mudo a cobrar importancia.
 A falta del contacto prohibido,  las miradas cruzan el espacio sin el temor al contagio, ágiles dejan impronta y nos rebelan verdades como templos. El miedo tiene su rincón en toda esta barahúnda de sensaciones, no te lo puedes quitar de encima y es fuerte, una lucha desigual se libra en mi interior para extirparlo, arrancarlo de cuajo y una vez roto precipitarlo al océano y que no regrese.
 Heroína de un minúsculo, ínfimo e insignificante combate que la mayor parte de las veces doy por perdido. Pero hoy, en el anonimato que da una tarde serena de mayo al refugio de mi casa callada, alzo el brazo en señal de victoria porque le he ganado.