lunes, 24 de enero de 2022

La parada

Se tinta ligeramente la segunda raya del test, no quieres mirar y de reojo confirmas lo que no quieres saber: eres positiva. Fuera de tratarse de un término con grandes y buenísimas connotaciones favorables en otros tiempos no tan lejanos,ahora mismo ese positivismo me cae como un rayo en toda la sesera. El número de olas sube, ya van 6 y en esta me subo yo a pelo y sin tabla salvadora que valga, a surfear de oidas se ha dicho, si me pensaba inmune el baño de realidad me mete directa en pleno océano y en mi propia pecera.Porque ahora debo aislarme de todo y de todos, durante 7 dias evitar el contacto humano, igual hasta me pongo una campanilla en la bata cual leproso, para que todos sepan por donde camino y huyan despavoridos a mi paso. La visión de las mareas de mascarillas por las calles, los bares, los medios de transporte; el temor al contacto cuando te ves con la gente y dudas en darle ese par de besos que nunca antes te habias cuestionado frenar; la pereza que se te enreda entre las piernas y se opone al incipiente deseo de salir porque empiezas a pensar que solo estas seguro en tu casa, esa cena que pensaba reunir unos buenos amigos alrededor de tu mesa y que vas postponiendo una y otra vez...cansino, muy cansino. Y el miedo agazapado pero que transciende en todo lo que haces, harta, lo que se dice harta. La semana ha pasado rápido, entre desayunos al sol tibio de invierno y trabajos pesados que nunca quieres acometer mientras tienes excusas.La incertidumbre de si sigo o no potencialmente contagiosa está conmigo. El test necesita de sus horas y debo esperar a que el médico me llame antes de volver al redil. Y aunque he tenido tiempo para pensar, para leer, para disfrutar y para desesperarme, siento que aún ha sido poco para todo lo que hubiera querido hacer. Y aquí estoy, a la espera de un golpe de teléfono que deseo de todo corazón llegue con la noticia de mi liberación. El acierto de disponer de tantas horas me ha dado la oportunidad de concentrarme y volver a disfrutar, mejor dicho, degustar el placer de abrir y sumergirme en la magia que atesoran los libros.La locura de cada día, el cansancio y agotamiento al que debo rendir cuentas cada vuelta a casa tras el duro trabajo, no me dejan llegar a ellos con la frescura de hace unos años. El paso del tiempo apelmaza y dificulta las dos neuronas que hasta ahora eran mis aliadas en la inmersión querida de la lectura. Pero con la paz que me ha dado la reducción de mi dia a dia a los 90 metros cuadrados de mi casa, llegó también la serenidad necesaria para perderme en los mundos ideales de los libros como hacia mucho, mucho que no me ocurria. Y hay uno en especial que llena mi corazón de alegría, uno en el que he tenido algo que ver y del que me siento parte. La primera publicación de un libro de relatos de Ovi. Quiero dedicarle una atención íntegra, profunda y sincera. Poner el alma en cada línea y acoger sus mensajes de forma delicada preñada de ternura. Hay mucha verdad oculta entre las palabras, cosida o mas bien, bordada, en las historias que viajan por sus páginas a lomos de personajes fantásticos o cotidianos, isleños con un vocabulario culto o arrabalero en todo caso, personajes amados por su pluma. Sé de su talento, de su constancia y admiro profundamente su infinita imaginación que lleva a cuestas como el hombre del saco, un bulto infinito que espero pueda volcar con sabiduria y elegancia en nuevas creaciones. La parada está a punto de acabar. Noto el frio viento de la noche en mi cara al abrir la ventana y al fondo una luna brillante me anima a seguir, mañana será otro dia.