domingo, 18 de septiembre de 2011

La tarde

Ilustración: OSMOME
Andan ligeros los pensamientos,
encumbrados y leves dejan sentir
sus alas tiernas en mi cabeza espesa.
Tibia luz de la tarde que lame
los cristales salpicados de gotas y desespero.
Hay silencio y quietud, rondan
la desesperanza y la tristeza
en los pasillos abiertos y se cuelan
por huecos que se ofrecen a su paso, como bocas
hambrientas, túneles aciagos.
La radio se oye lejos,
llegan noticias de hoy, de ayer,
de nunca y siempre, ritmo
de vida al son de las campanas.
Algo detenido el polvo
que flota en el rayo de sol
que me toca la frente.
No hace calor. Un cierto temblor  acapara mis brazos.
Es pronto para recoger la vida en un atillo y echársela
al hombro.
Quiero cerrar los ojos y llegarme hasta el hueso.
Así, tal vez, empiece a comprender…
Es todo tan difícil, los pesos tan enormes,
la carga remontada a base del rugir opaco del aliento.
No puedo olfatear el futuro,
no soy sabueso, pero paloma sí, que asciende como el humo
y se pierde a lo lejos.
Es desde allí donde dejo junto al pellejo
algo del alma, a fuerza de elevarme, soltando lastre
y ese poco de coraje que quizás tuve.
Qué cobarde a mis ojos. No sé si me merezco las rizas
Y el tintineo feliz que acarrean mis niños en su lustroso lomo.
Es hermoso sentir sus cálidas miradas; no me cansa velar
sus sueños.
La tarde llega con su olor a café y a orina derramada,
voces que reclaman atención  y se hincan con uñas y dientes
pasean más allá de la puerta entreabierta.
Qué cansada la mano, tan en el extremo está,
que temo se desprenda descuartizada, desmembrada,
Impúdica, abierta, aferrando, sin embargo,
la esperanza de deslizar palabras con sentido
en el papel vacío de emociones
y dejarlo ahíto y satisfecho
antes de que alumbre la noche en la ventana.





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